Antipsiquiatria

Antipsiquiatría es un término que acuñó el terapeuta y filósofo revolucionario David G. Cooper en los años sesenta en Inglaterra, y remite a un movimiento que se inició en esa época poniendo en cuestión a la psiquiatría fundamentalmente pero también a la psicología, al trabajo social, a la pedagogía, a la educación, a la criminología, hegemónicas- y desde dentro de estas disciplinas. Una puesta en cuestión fundamentalmente del pretendido carácter terapéutico del hacer hegemónico de tales disciplinas. Terapia proviene etimológicamente del griego de la palabra therapeueien y su significado es servir y/o cuidar.

El movimiento antipsiquiátrico tuvo su mayor incidencia en el campo de la salud mental, dado que los que lo impulsaron en su inicio eran- y son los que siguen vivos- mayoritariamente psiquiatras: gentes como el ya nombrado Cooper, o como Ronald D. Laing, Franco Basaglia, E. González Duro, J. Berke, Ramón García, Morton Schatzman, Onésimo González, Thomas S. Szasz, Guillermo Rendueles, Aaron Esterson, … aunque también con la participación de gentes que habían pasado por el ser etiquetadas como esquizofrénicas, como Mary Barnes o sociólogos como Irving Goffman y filósofos como Jean Paul Sartre o Michel Foucault… La lista es larga y estoy seguro de haber omitido muchos nombres


La situación concreta en la que surgió y posteriormente se desarrolló el movimiento antipsiquiátrico era favorable, en la medida en que se producía en pleno desarrollo intelectual y teórico-político por parte de las fuerzas progresistas- de lo que es exponente aportaciones como las de Marcuse, Althusser, Marta Harnecker,…- al calor de la ofensiva de intento de cambio social por parte de los de abajo: Es la época del Vietcong, de la revolución cubana, del Che en Bolivia, de los Tupamaros en Uruguay, del Ejercito Revolucionarios del Pueblo en Argentina, del mayo francés y el llamado mayo rampante italiano, de Allende en Chile, del movimiento antinuclear y pacifista en USA y de los Panteras Negras, de la lucha contra el consejo de guerra de Burgos en el estado español, de la revolución de los claveles en Portugal, … y la antipsiquiatría como parte de ese movimiento logró avances considerables.


Uno de esos avances, tal vez el más conocido, es la oposición a los manicomios en tanto que son instituciones totales, es decir, instituciones de control de la totalidad de la vida de las personas que en ellas son retenidas. Oposición de la que fue ejemplo, en los setenta, el desmantelamiento del manicomio de Trieste en el norte de Italia, con Basaglia y sus compañeros/as forzándolo, o las experiencias de comunas terapéuticas en Inglaterra tanto dentro de la red pública- como Villa 21- o fuera de ella -como Kingsey Hall.


La Antipsiquiatría en el estado español, como dice el amigo Ramón García en su libro: Historia de una ruptura, el ayer y el hoy de la psiquiatría española, «pasó por un túnel», el mismo «túnel» por el que durante mucho tiempo han pasado en general los movimientos de crítica resistiendo el machaque, cuyo inicio podemos situar a finales de la década de los ochenta, por parte de esa apisonadora que se pretendía ser «el fin de la historia» y que se ha adjetivado con precisión como el pensamiento único, impulsado por la globalización del capital en su actual forma neo-liberal y que en el estado español aplicó primero el PSOE y ahora está haciéndolo el PP.


Es importante señalar que la antipsiquiatría no es un «modelo», como puede serlo el psicoanálisis en lo psicológico, o la escuela libre en lo educacional, … en la antipsiquiatría conviven diversos modelos- desde el psicoanálisis fenomenológico existencial, al humanismo radical, lo sistémico, o la contraescuela (contrauniversidad, por ejemplo, que dijera Cooper), entre otros …- más con un argamasa común: oponerse a la perversión que implica la utilización de todo un arsenal de disciplinas pretendidamente terapéuticas o/y de conocimiento para sostener el statu quo.


En efecto, en lo teórico y sintetizando mucho, podríamos decir que lo que la antipsiquiatría plantea, sociológicamente hablando, es un análisis de las pretendidas ciencias de la salud mental, del trabajo social, de la educación,… como aparatos de control social en cuanto a sus paradigmas mayoritarios de análisis e intervención, y en ese sentido la antipsiquiatría hizo suya la siguiente tesis:


La contemporaneidad occidental hija de la revolución burguesa del siglo XVIII, cambió las relaciones entre explotadores y explotados, o si se prefiere entre poder y súbditos, ahora ciudadanos. Pasando de centrar el peso de la dominación social desde el control físico de los cuerpos- con los castigos torturantes medievales y las ejecuciones públicas ejemplarizantes como representación máxima- al intento de control de las mentes con la educación universal y obligatoria, la pedagogía, la psiquiatría, el trabajo social, la psicología, la criminología…, en tanto que substitutivos más sofisticados de la más burda y por ello más inefectiva religión que era la que jugaba ese papel en la llamada edad media. Lo que antes era pecado ahora será enfermedad mental, antisociabilidad, fracaso escolar, …


Esto no quiere decir que la contemporaneidad occidental no ejerza control físico sobre los cuerpos de sus ciudadanos. Lo sigue haciendo y brutalmente por cierto, como por ejemplo hace unos meses ocurrió en Goteborg y hace pocos días en Barcelona y después en Génova, donde las policías sueca, española e italiana son responsables primeras y directas respectivamente de un tiro por la espalda a un manifestante antiglobalización, de la pérdida de un ojo de un compañero del movimiento de okupación por un balazo de goma, del asesinato de Carlo Giuliani, de asaltos brutales a centros de prensa y de agresiones a los/as detenidos/as en las comisarías. Hechos que han puesto de nuevo sobre la mesa el necesario debate social, que en nuestras ciudades plantean algunas pintadas callejeras y consignas gritadas en manifestaciones, al respecto de si la policía lejos de proteger a la ciudadanía lo que hace en realidad es torturar y asesinar.


La tesis de la antipsiquiatría a la que me he referido, no pretende pues y obviamente que la violencia física no siga siendo una de las formas con la que los poderosos mantienen ese su poder a través de la agresión física, con la eliminación o daño que genera a los que la reciben directamente y el miedo que produce en ellos y los demás, creación de miedo que es en último término uno de los objetivos centrales de la represión- como señala con claridad el interesante trabajo al respecto de algunas formas de abordar el cuidado terapéutico de las personas que son o han sido objeto de la represión y que recogen CM. Beristain y F. Riera en su libro: Afirmación y resistencia, la comunidad como apoyo. Sino que esa tesis de la antipsiquiatría que he planteado, subraya que esos métodos de la brutalidad; de la represión pura y dura, de los golpes y vejaciones en las comisarías- es decir, torturas-, de los balazos de goma en el ojo y de los tiros por la espalda o en la frente- es decir, intentos de asesinato y asesinato consumado- y de los asaltos militares, «a la chilena», a centros de prensa libre; plantea que esos métodos precisan crear ideología, y concretamente ideología favorable al sistema, también para que se justifique su violencia, tanto la coyuntural de la que son fenómenos los hechos comentados, como la estructural de las desigualdades sociales, guerras….


Como al parecer decía Napoleón, uno de los mayores especialistas en la historia en represión: «la bayoneta sirve, pero no para sentarse encima de ella». Si el sistema tuviera que sostenerse sólo o fundamentalmente por la pura represión y explotación física sobre su ciudadanía, entonces ese sistema estaría acabado.


En el crear ideología favorable al sistema capitalista, occidental le llaman otros, efectivamente las llamadas ciencias de la salud mental y las de la educación y lo social, juegan un papel muy importante- junto a los llamados medios de información: TV, radio, prensa, Internet.


Una de las formas de crear ideología del sistema es negar racionalidad a cualquier otra forma de ver las cosas que no sea la del propio sistema, es decir, forzar la existencia del pensamiento único al que ya antes hice referencia.


Declarar algo como no racional es lógicamente situarlo en lo irracional y eso en el ser humano, en occidente, en general se asocia a locura en tanto que enfermedad mental o a antisociabilidad. Podríamos decir pues, que el sistema tiene una fuerte tendencia a situar como enfermedad mental y conducta antisocial aquello que no puede digerir.


Pondré dos ejemplos de esto:


El DSM-IV, el manual por excelencia que utilizan en la actualidad para diagnosticar patologías mentales y conductuales la mayoría de los psiquiatras y psicólogos considera como uno de los síntomas a tomar en cuenta para diagnosticar lo que se llama una conducta antisocial lo siguiente- cito de memoria: Irresponsabilidad consistente indicada por fallos en mantener una conducta de trabajo consistente o en cumplir obligaciones financieras. Más claro el agua, se considera uno de los síntomas a tomar en cuenta para diagnosticar lo que se considera una conducta patológica, la trasgresión de un valor mercantil cual es el trabajo en el capitalismo y cuál es el dinero.


El otro ejemplo es la información que una persona que tiene relación con la psiquiatría como paciente relataba hace poco: Un psiquiatra en una visita ambulatoria le corroboraba una mejoría manifiesta, pero le advertía que podía ser contraproducente el vivir con la gente y en la casa en la que habita. La persona en cuestión es okupa. Se le venía pues a decir que las costumbres de vida de la okupación y las relaciones que genera eran contraproducentes para su salud mental, siendo más escandaloso el hecho al tratarse concretamente de una casa cuyos habitantes han ayudado en mucho a la persona, y se han hecho cargo de cuidarla en situaciones en las que era necesario, digamos que los prejuicios del psiquiatra en este caso le impidieron ni siquiera intentar informarse al respecto. Sobre esto quiero añadir que, y según informa el sociólogo Ignasi Pons, profesor de la universidad de Barcelona, en Canadá se ha constatado que en las casas okupadas las recuperaciones de personas que han pasado por lo que se llaman episodios sicóticos son más rápidas y más sólidas que en los hospitales o en otros entornos, posiblemente, a mi parecer, por lo comunitario de la relación y el respeto a la decisión de soledad en algunos momentos y el respeto a la diferencia que en estas casas impera.


Antipsiquiatría es oposición a ver y tratar la salud mental desde la óptica de los valores del statu quo y a la violencia que eso implica contra la diferencia.


En la actualidad y en salud mental tal violencia toma efectivamente, formas variadas, dos más de ellas, las cuales me parece importante también señalar, son las siguientes:


La primera, la persistencia aun en muchos lugares de los manicomios- en el estado español en Catalunya y aquí en Euskadi, por ejemplo, perviven y en manos de instituciones religiosas algunos de ellos, combinado, por lo menos en Catalunya, con una tendencia a privatizar la estructura manicomial, a otorgarla, con nombres como el de Residencias Asistidas, a entidades privadas que gestionan tales residencias cual negocios.


La segunda es la vía mayoritaria en la que se sitúa la llamada red de asistencia en salud mental de una hipermedicalización, ya no sólo de las llamadas enfermedades mentales, sino que incluso de la vida cotidiana- con lo que se ha dado por llamar «medicación cosmética»: Prozacs y demás mercancías medicamentosas de este tipo. Un par de datos al respecto:


En el estado español, según datos del Ministerio de Sanidad, el gasto en hipnóticos, sedantes, tranquilizantes, psicoestimulantes y neurolépticos pasó de una facturación de 27.594 millones de Pts. en 1993 a 70.801 millones de Pts. en 1997 y a 89.472 millones de Pts. en 1998.


Y, como señalaba el amigo Onésimo González en una carta-artículo en marzo de este año corriente: « … en lo que se refiere a las relaciones entre la industria y la administración ( al margen de las relaciones de los laboratorios con los prescriptores, principal problema ético de la profesión – la de psiquiatra quiere decir el autor- en este momento histórico), es evidente que los investigadores de los centros públicos trabajan en los temas que marcan las empresas y que los intereses comerciales prevalecen sobre los científicos en los ensayos clínicos de los hospitales. Hasta el New England Journal of Medicina ha tenido que pedir perdón, recientemente, tras admitir que algunos de sus expertos estaban directamente asociados a los grandes laboratorios farmacéuticos, cuyos productos se encargaban de comentar en las páginas de la revista… ». La carta-artículo fue en principio aceptada para su edición por parte de la revista en cuestión – «Archivos de Psiquiatría»- comunicándoselo al autor pero posteriormente rechazada para su publicación por parte de la revista de marras si no era modificada, a propuesta del «experto» de la misma que se encargó de su supervisión y esta previsto que sea publicada en la revista de la «A.E.N.- Asociación Española de Neuropsiquiatría.». Remito a los/as interesados en el tema de la medicación neuroléptica y sus usos actuales, a la lectura de dicha carta-artículo y también a la del trabajo de Guillermo Rendueles editado en « El Rayo Que No Cesa » nº 2.: Que son, es decir, como se usan los psicofármacos. Manual de supervivencia.


Esta hipermedicalización de los trastornos mentales, y también de la vida cotidiana como dije, en crecimiento isomórfico al de los ingresos de las multinacionales farmacéuticas, produce a su vez el abandono de la utilización de recursos terapéuticos, probados como útiles, como son la terapia individual de escucha, las terapias de grupo, el psicodrama … y produce a su vez una situación que suele impedir el poder encontrar medios materiales y económicos para desarrollar prácticas e investigar en técnicas terapéuticas como, por ejemplo, las prácticas de constitución de grupos de apoyo mutuo o las de terapia de red. Prácticas que, en muchos terrenos, entre ellos y por ejemplo, en el de la escucha de voces- las llamadas alucinaciones auditivas-, parecen también dar resultados. – Sobre estos temas remito a los interesados/as a « El Rayo Que No Cesa » nº 3 y concretamente a los trabajos recogidos en éste con el título: Al respecto del fenómeno de las alucinaciones auditivas: Especial Escucha de voces. Hearing Voices Network y al artículo editado en « Lapsus » nº 1: Práctica de psicoterapia en red, de José Giráldez y Javier Toret (Asociación de Intervención Psicosocial Devenires).


Quiero dejar claro que la antipsiquiatría no se opone, ni lo hace la contra psicología, a una utilización terapéutica de los medicamentos, sobre la base del principio inalienable del derecho de la persona receptora a decidir si quiere o no tomarlos, es decir, sobre la base del respeto al no del otro/a, y con una dosificación cuidada. Pero si se opone abiertamente a la sobre medicación, al negocio y a la utilización de los neurolépticos y psicótropos en general, como único recurso y/o cual camisas de fuerza químicas o cual «cosméticos» psíquicos.


Digamos finalmente con respecto a la antipsiquiatría, que esta se sitúa en una visión que podemos caracterizar como socio-existencial de la llamada enfermedad mental- siendo este último concepto a distinguir del de enfermedad cerebral en el que se incluirían aquellas enfermedades con clara causa somática, ya sea de origen traumático, genético o infeccioso y añadiendo que hasta en estas últimas, como está claramente establecido, los factores sociales y biográficos y de posibilidad o no de realización del deseo, influyen en mucho, en algunos casos en su surgir o no y en todos en como cursa la enfermedad (ver a este respecto los trabajos del neurólogo Oliver Sacks, por ejemplo). Es decir, la antipsiquiatría se sitúa en el mirar hacia la estructura social, en lo micro y en lo macro, y hacia lo biográfico y el deseo de cada cual, para encontrar una visión comprensiva del sufrimiento emocional, incluido lo que llamamos locura, y en la búsqueda de una salida positiva a este, vale decir una salida terapéutica.